Un año después del éxito absoluto
de Birdman (o la inesperada virtud de la ignorancia) (2014) se ha puesto mucha expectativa en anunciado proyecto del
mexicano Alejandro G. Iñárritu. Un rodaje que le ha llevado a él y a Leonardo
DiCaprio a duros enfrentamientos directos con la naturaleza más salvaje. Rodada
en gran medida en Calgary, Canadá, este intenso esfuerzo podría llevarles el
Oscar a sus manos. El que sería, en el caso de que lo consiguiese, el primero
de DiCaprio en su carrera.
QUÉ CUENTA: Basado en la novela de Michael Punke sobre, Hugh Glass (DiCaprio) un trampero que en 1823 fue herido por un oso y abandonado por sus compañeros en mitad de la peligrosa naturaleza. Debilitado y desprotegido, Glass intentará combatir las adversidades del territorio para poder ejecutar su venganza.
Me llama la atención cuando una
persona define una película como “rara”.
“La nueva de Polanski está bien pero es rara”. “La película de Nolan es
tan rara que no sé si la he entendido”. Por “rara” quiero entender que escapa
de los cánones marcados por Hollywood y que hoy en día definiríamos como
“americanada”, lo que para mí, es algo más que positivo. Si se sale de dichos
parámetros quiere decir que nos ha presentado algo novedoso, o por lo menos lo
ha intentado. Pero no nos equivoquemos, pues todo está inventado y por muy
“rara” que sea una película muy pocas – por no decir ninguna - pueden
declararse alternativas del clásico introducción-nudo-desenlace.
Antes de escuchar semejante
definición para esta “multinominada” obra analicemos tres particularidades que
la han hecho especial:
La cámara se mueve mucho
Es algo que ya ocurría en Birdman. Lo que predominaba en el
“hombre pájaro” era el plano secuencia, en ocasiones falseado con cortes
bastante ocultos. En esta película Iñárritu perfecciona la técnica situando al
espectador en el medio de la acción, dejándose llevar por la acción de unos u
otros personajes según reina el caos. Un caos muy ordenado por parte del
director de fotografía, Emmanuel Lubezki, y la dirección del mismo Iñárritu.
Suelo, cielo y costados: todo cobra relevancia. El espectador adquiere una
visión 360º grados obteniendo la sensación de estar envuelto inevitablemente en
la acción y las duras condiciones del paraje natural. Se trata de una película
altamente sensorial y con profundas influencias de la estética de Tarkovsky.
Apenas hay diálogo
Lo que es un logro para el actor
principal, Leonardo DiCaprio, que si ya nos tenía acostumbrados a actuaciones
sobresalientes, en esta película se ha dejado la piel para transmitir la
capacidad de su personaje de decidir su propio futuro. Es inevitable que nos
venga a la memoria la – ya legendaria – escena del coche de El lobo de Wall Street (M. Scorsese,
2013). El personaje de Glass supera con creces muchos de sus papeles
anteriores, aunque cabe debatir si es merecido otorgarle un Oscar “solo” por
esta película y no por toda una trayectoria artística. Tom Hardy, por otro
lado, exaspera inteligentemente con su carácter oportunista y visceral.
Es sangrienta
Y de sumo realismo. Es cierto que
la violencia mostrada está bien lejos de ser disimulada, pero el espectador
menos aprensivo disfrutará con la coreografía de batalla, ensayada por orden de
Iñárritu con minuciosidad. Las escenas de sangre, escasas en comparación con la
longitud del metraje de la obra, ofrece aún más realismo al impacto recibido
por el público.
Un último apunte, para
equilibrar la balanza ante la crítica positiva. El renacido sí falla en algo: es tanta la molestia del director por
hacer partícipe al espectador que las partes emotivas son más descuidadas y
llegan frías a su plato. Con todo, se trata de una película merecedora de ver
en pantalla grande por la estética presentada, sus interpretaciones e incluso
por lo cruento de su narración, pero la suma de sus elementos no termina de conmocionar al público.
Te gustará si…
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Flipaste con la ejecución de Birdman.
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Rezas a los dioses por que DiCaprio se lleve de
una vez el Oscar.