Paul Thomas Anderson, conocido por
su extensa trayectoria cinematográfica analítica de la historia y sociedad
americana - Boogie Nights (1997), Pozos
de ambición (2007), The Master
(2012)…- adapta ahora la psicodélica novela del escritor Thomas Pynchon,
cómica, dramática, impregnada de cine negro y titulada originalmente, y con
mayor lógica, Vicio propio.
QUÉ CUENTA: A comienzos de los 70, Doc Sportello (Joaquin Phoenix) es un detective hippie que ve cómo su profesión comienza a extinguirse frente a las competencias de la policía y el FBI. Su exnovia, Shasta (Katherine Waterstone) le pide ayuda para encontrar a su nuevo amante, un empresario multimillonario cuya esposa pretende encerrarlo en un manicomio. Pero Doc se verá implicado como principal sospechoso de otras desapariciones y alguna que otra red de narcotráfico.
Hay dos formas de ver esta película:
- La primera es intentando seguir al pie de la letra la
trama que se nos presenta. De esta manera el espectador se condena en una
espiral de complicadas conspiraciones cuya única salida recurre en el “puro
vicio” del paquete de palomitas.
- La segunda es, como muchos críticos y blogs de cine
defienden: “dejándose llevar”. Evitar cualquier forma de entendimiento y
disfrutar del desfile de personajes que se suceden por la pantalla durantes dos
largas horas y media. Como en el cine de Terrence Malick, cuyas
películas recordamos también por sus mínimas explicaciones al espectador, aquí
lo que priman son las sensaciones que se desinhiben de una América marcada por
la sobredosis.
Me encantaría haber visto Puro vicio bajo la perspectiva del
segundo grupo, pero lo cierto es que algo me impedía ver la cinta con el halo
de la inocencia. Si alguien incluye una enrevesada historia de buscadores y
buscados, con vaivenes de personajes y cíclicas conversaciones telefónicas, en
una obra que describe el estado norteamericano del fin de la etapa hippie y
bajo los efectos de un emporramiento, todo te despista hasta el punto en el que
la única sensación que recibes es la de estar perdiéndote algo continuamente.
Si la sensación de psicodelia era
aquello que perseguía Anderson, desde luego, lo ha conseguido. Ser tan
sumamente fiel al libro de Pynchon no podía sino traer tanto detractores como
amantes de una ficción que buscarán en su memoria otras producciones que les
han aportado sentimientos así de contradictorios: Pulp fiction (Q. Tarantino, 1994), La gran belleza (P. Sorrentino, 2013) o cualquiera de Malick, con
la gran diferencia de que éstas últimas facilitan, de alguna manera, una mayor
identificación del espectador.
Con todo, y pese a su extenso
metraje, la película no resulta aburrida. El trabajo de Phoenix, quien ya nos
tiene acostumbrados a actuar con maestría, divierte y complace por partes
iguales sobre todo en aquellas escenas más irrisorias que rozan la parodia
social. Le acompañan un puñado de actores reconocibles, con su mayor o menor
protagonismo, como Reese Witherspoon, Owen Wilson, Benicio del Toro, una Katherine
Waterston como dudosa “femme fatale” y un excelente Josh Brolin como policía
más conservador que mantiene una relación de amor-odio con el "¿moderno?" Sportello. Y es aquí donde intuyo que reside la base de la película: el contraste
entre aquellos personajes más alucinados que siguen viviendo una utopía de
libertad, ácido y marihuana, y otros que comienzan la nueva era de Nixon y las
delicias del capitalismo. Todo ello enmarcado en una ambientación pop – con
montaje, referencias y banda sonora incluídas- que no tardará en posicionarse
como imprescindible en las listas del espectador más “intelectualoide”.
Te gustará si…
-
Te gustan las “fumadas”, te gusta el estilo Pynchon y
además aprecias las fieles adaptaciones. Sin duda era el mayor riesgo de
Anderson.
-
Eres un incondicional de Joaquin Phoenix. Aparece en
todas y cada una de las secuencias.
-
No te importa (es más, te apetece) ver una película
compleja, de ideas surrealistas y tan recónditas que su esencia apenas se
disipa.
Imágenes de Inherent vice