El director irlandés John Michael
McDonagh cuenta por segunda vez en su carrera con el actor Brendan Gleeson,
secundario en una gran cantidad de producciones como Braveheart (M. Gibson, 1995), Gangs
of New York (M. Scorsese, 2002) o la saga Harry Potter (2001-2011), para rodar un drama irónico con una
visión actualizada sobre la
Iglesia cristiana.
QUÉ CUENTA: Un hombre acude al confesionario para decirle al Padre James Lavelle (Gleeson) que piensa matarlo en una semana. Desde entonces, Lavelle ya no mira igual a sus feligreses: cualquiera podría ser sospechoso de su inminente ejecución. Sin embargo, intenta inculcarles la buena fe a todos y cada uno de ellos. Incluso a su hija, que viene a visitarle tras pasar por una crisis sentimental.
¿Recordáis todo el revuelo
eclesiástico- mediático que estalló debido al estreno de El código Da Vinci (R. Howard, 2006)? Puro marketing. Todo el ruido
que se produjo por la mostración de segundas verdades “no oficiales”, como es
la historia de la figura de María Magdalena, no debería causar tanto revuelo
como una ficción que pone de manifiesto los límites y la evidente crisis por la
que pasa la Iglesia
actualmente. Pero… ¿quién se ha enterado del estreno de Calvary?
La película es un viaje hacia los
principales obstáculos que un sacerdote puede encontrar en el presente que le
ha tocado vivir: dejadez en la fe cristiana, traumas y vicios sexuales,
acusaciones y vinculación con la pederastia, capitalismo eclesiástico…
elementos que indican más que nunca, el fin de la creencia en Dios sustituido
por el Carpe Diem.
Narrativamente su valor reside en
una acertada idea que explosiona en los primeros cinco minutos de metraje, y
que resuena en la cabeza del espectador para el resto de la película aunque su
desarrollo resulte banal frente a su ansiado desenlace. Como ya hiciera Buñuel,
quien alertó al espectador mediante un navajazo al comienzo de Un perro andaluz (1929), aquí se nos
hiere moralmente al ver amenazado un individuo que solamente busca guiar a sus
vecinos hacia una mayor paz espiritual.
Gleeson hace un papel memorable
aunque esté enmarcado en una película a la larga olvidadiza. Está muy a la
altura de las exigencias del guión, así como Kelly Reilly, o Chris O´Dowd,
quien nos tienen acostumbrados a roles insulsos y cómicos, respectivamente, y
de los que no distan mucho en este film. La anécdota, sin duda, es la aparición
del actor irlandés de moda desde su papel principal en Una cuestión de tiempo (R. Curtis, 2013) y en la serie de
televisión Black Mirror (C. Brooker,
2013), Domhall Gleeson. Hijo real del protagonista y en pleno apogeo de su
carrera – participará en la nueva película de Star Wars: El despertar de la fuerza (J. J. Abrams)- cambia su
papel y aspecto de chico bueno por el de una mala influencia, algo metida con
calzador en la ficción.
Calvary debería resonar en los oídos de los más eclesiásticos como
un tirón de orejas pero también como una mostración de que no todos los
párrocos son pederastas. La reivindicación de que los oficios considerados
“manchados” por su historia también tienen sus ángeles de la guarda se haya en
cintas más independientes, así como los mensajes más potentes de cambio social.
Te gustará si…
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No eres reticente a ver una película sobre la Iglesia. No hace falta ser
creyente o ateo para verla.
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Te gustó El
irlandés (J. M. McDonagh, 2011), aunque ésta es menos humorística.
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Crees en la renovación de la Iglesia (¿algo cercano con
el Papa Francisco?).
Imágenes de Calvary