La nueva película de Tim Burton se
aleja de su sello personal reinado por árboles retorcidos, mundos góticos de
fantasía y canciones propias del género musical. Esta vez cuenta una historia
más humana. Un pintoresco caso real de estafa en el San Francisco de mediados
del siglo XX. ¿Pero ha abandonado realmente el director su recurrente estilo?
QUÉ CUENTA: Margaret (Amy Adams) acostumbra a pintar niños con grandes ojos. Cuando conoce a Walter (Christoph Waltz), no tardan demasiado en contraer matrimonio y ella, en firmar bajo su nuevo apellido de casada: Keane. Walter, en un intento de hacerse un lugar en el mundo del arte, se hace pasar por el autor de los "grandes ojos".
¿Cuándo sacas a un pez de su río…
sigue aleteando? A Burton le falta el agua en esta historia. Bien sea porque ha
preferido adaptarse a la realidad de los hechos (recordemos que Margaret Keane
sigue viva en la actualidad y su supervisión puede haber jugado un factor
importante) o bien porque Burton ha querido realizar una película “adulta”,
- el resultado es una historia ligera y
de fácil digestión. Con una única trama y unos diálogos sencillos, en lugar de
un drama acerca de la opresión de los hombres sobre las mujeres en los años 50
y 60, parece una comedia fallida sobre una niña engañada en una sociedad de
depredadores. ¡Vaya! ¿Hemos mencionado un ser indefenso en un ámbito en el que
supone ser un inadaptado? A ver si va a resultar que Burton sigue haciendo de
las suyas…
Amy Adams es la más correcta de
toda la función en su inocencia infinita. Ella misma, con su enorme mirada, es
una niña más de las pinturas de Margaret Keane. Es kitsch, está desolada y
observa con atención como los demás se lucran a su costa. Christoph Waltz alza
su interpretación hasta la altanería, creando un personaje histriónico que roza
el patetismo conforme avanza el metraje. No dudamos de las dotes
interpretativas de quien fuera el coronel Landa en Malditos bastardos (Q. Tarantino, 2009), pero sí de su capacidad a
la hora de reciclarse. Apostamos por verlo en otros papeles, más variados y
menos desequilibrados.
Pero el problema principal del
film sigue siendo su trama. Interesante donde las haya, cuesta de creer que
algo así haya podido suceder de verdad. Sin embargo Burton se pierde en la
narración tratando de explicar la relación entre Margaret y Walter, pudiendo
explotar mucho mejor la manipulación de los cuadros por parte de él y la
gradual pérdida de la identidad por parte de ella. Cómo esos ojos llegaron a cautivar a
tanta gente o de dónde surge la obsesión psicológica de la artista por la
anatomía de esos niños son asuntos que también hubiera estado bien aclarar para
entender los motivos personales de los personajes. No hay subtramas ni complicaciones, sólo una estructura clásica de comienzo-nudo-desenlace.
Queda constancia de que es una
película aparentemente distinta a las del resto de la filmografía del director,
pero no tanto en esencia. Algunas constantes, más o menos notorias, siguen
estando presentes, como la introducción a modo de fabricación en serie de
copias de los cuadros, la música de Danny Elfman (esta vez combinada con
canciones de Lana Del Rey), el protagonista frágil y desprestigiado, los caminos
retorcidos, los cuadros (que ya son bastante perturbadores de por sí), el
pueblo de casitas de tonos pastel e iguales entre sí al norte de California, y
un Walter Keane sobreactuado que bien le habría valido a Johnny Depp si no
fuese porque no era necesario disfrazarse.
Te gustará si…
-
Te gusta el pop art.
-
Quieres conocer una increíble historia de estafa artística
que llegó demasiado lejos.
-
Te gustó la escena de la competición entre barberos de Sweeney Todd: el barbero diabólico de la
calle Fleet (T. Burton, 2007).
Imágenes de www.blog.screenweek.it y www.o-cinema.org